Para quiénes hayamos participado en el desarrollo de un festival de barrio.
El menda que les escribe, dicho con mucha humildad, no puede evitar pasarse las horas durante el festival comprobando que todo esté a la altura de los y las ilustres invitadas, ese 99% del que últimamente se habla tanto: la gente corriente y moliente.
Pero este menda que les escribe sí conoce a alguno y alguna que pillo cacho en algún festival, valiéndose, porqué no, del turno de barra que tan bien nos sienta, en todos los sentidos (hasta para comprobar que lo de tirar cañas es una expresión literal). También conoce a alguna que se atrevió a recitar los versos que tenía bajo el colchón y tomar la palabra, su palabra, y no morir de vergüenza en el intento. Y sabe de grupos de jóvenes muy jóvenes, con la sangre envenenada por la música, que encontraron en estos espacios el lugar para cantar y expresarse. Incluso, sé de algún vecino motivado que arregla el parque una noche de San Juan, días antes del evento, para que los también ilustres músicos y músicas no se tropiecen durante los conciertos. A un lado y al otro, los festivales, las fiestas populares, de barrio, son un espacio fértil, una propuesta en directo de cómo conjugar una propuesta cultural y un espacio para seguir construyendo poder popular.
Del repertorio de acciones antagonistas a los discursos hegemónicos[1]: ocupaciones de tierras, escraches, radios comunitarias… estos festivales aún no gozan de ese estatus de práctica política, y sin embargo, al menos intuitivamente sí sabemos que organizarnos por nuestros propios medios y contar con la afluencia simpática de miles de vecinas tiene un componente transformador. Pero ¿somos capaces de reconocernos a nosotras mismas esa dimensión? ¿o es hasta estratégico seguir ignorándola? Quiero decir, estoy convencido de que la motivación más presente para montar en el barrio conciertos y actividades no es la de ir armando un contrapoder, incluso esa posibilidad podría juzgarse como negativa, si ello alterara el ambiente necesariamente lúdico para intimar año tras año con el vecino. La estrategia, por ahora, sigue pasando por hacernos un hueco en el parque de la zona, conseguir los medios para llevar a cabo la propuesta y seguir organizados para materializarla (que por cierto, no es moco de pavo). Pero ¿qué pasa si un día lo prohíben? ¿si nos prohíben? ¿si un informe nos deniega la existencia el mismo día que íbamos a hacer los bocatas en la asociación vecinal?
El pasado mes de Junio, a finales ya, cuando el calor aprieta y los barrios periféricos de Madrid miran hacia el mar soñando con las deseadas vacaciones, todo es calma y chicha en la urbe. ¿Todo?; no, todo no. En locales y parques, en asociaciones y centros sociales, decenas de vecinas llevan varios meses organizándose para poner en marcha festivales culturales en la calle, gratuitos y de calidad, eventos que dan cuenta del mejor Madrid que existe, aquél que lleva la iniciativa y la creatividad mediante acciones concretas. Estoy hablando del Festi-k, en Carabanchel y del festival Almenara en Tetuán[2], ambos con diez años de trayectoria en el parqué de los festivales autoorganizados y alternativos que pugnan por reeditar cada año su propuesta: el parque, la calle y la gente del barrio.
De entre las grandes y pequeñas tareas que se requieren para organizar eventos de estas características: logística, coordinación, diseño del programa, diseño de la difusión, turnos de limpieza, de barra, acondicionamiento del parque… siempre hay una, la más ingrata y gris que, al menos en los últimos años, no se resuelve sino hasta el mismo día del inicio, esa tarea es la interlocución con la administración; ¡con el ayuntamiento hemos topado!
Pese a que la dimensión burocrática ha estado presente desde las primeras ediciones de estas experiencias, este 2013 marca un punto de inflexión. Por situarnos, un suceso dramático en la ciudad copó los titulares y el corazón de cinco familias: cinco jóvenes mueren en un concierto multitudinario en un recinto cerrado propiedad del Ayuntamiento de Madrid, el caso del Madrid Arena. Con el tiempo se inician medidas a nivel judicial y a nivel político se sacan de la manga la Oficina de Actos en la Vía Pública que en Junio queda constituida. Este órgano según la disposición oficial publicada en el BOCM “emitirá un informe previo, preceptivo y vinculante respecto de la resolución del órgano competente”, esto es: más centralización del poder municipal.
Paralelamente conocemos dos casos el Festik y el Festival Almenara, que iniciados los trámites con el ayuntamiento, informan y dan cuenta a través de informes y petición de permisos de su intención de celebrar en dos parques públicos los citados festivales. A pesar de los trámites con las juntas municipales, la recién creada OAVP es la que tiene la última palabra para emitir un informe favorable. El resto ya es conocido, el festival Almenara recibe el visto bueno de la oficina celebrándose por décimo año en el parque Rodríguez Sahagún. En Carabanchel el FestiK ha de trasladarse al centro social EKO y en el parque de las Cruces, cerca de Aluche, únicamente se llevarán a cabo las actividades culturales, siendo excluidos los conciertos nocturnos. También la fiestas de Carabanchel Alto son canceladas.
Entre aplausos, la noche del 29 de Junio, subían al escenario del parque, personas del grupo que organiza el FestiK, allí dieron cuenta del “millón de documentos” que tuvieron que entregar al ayuntamiento, para que finalmente el mismo día que tenían previsto el montaje les denegaran el permiso. Entre aplausos, insisto, de la gente y gritos como: “crear, luchar, poder popular”, empiezo a plantearme si no es tiempo de poner nuestras barbas a remojo, permanecer aislados de otras prácticas similares ¿es una estrategia válida? Para ese entonces, desde Carabanchel me dan el toque: en Septiembre quedamos, nos vemos, nos ponemos cara, ellos si ya dan cuenta de la dimensión política, la han sufrido, esto es una nueva vía de represión, de la subespecie burro-crática.
30/08/2013
Ramón Ferrer Prada